lunes, 25 de marzo de 2013

Mélusine, XXXIII

Este nuevo número de la revista de la Association pour l’Étude du Surréalisme (que anuncia ya el próximo, sobre el surrealismo y “la escena”) se abre con un dossier sobre la “autorrepresentación femenina”. Como su organizadora es Georgiana M. Colvile, un nombre suficientemente desprestigiado en los medios del surrealismo como para no solo desinteresarnos por ella, sino por todos los aláteres que colaboren con ella, saltamos ya a la página 207, en que comienza un “Homenaje a Leonora Carrington” que no mejora nada las cosas, ya que lo abre la propia para luego arremeter las profesoras Chadwick & Ades, de tal modo que este número no acaba por comenzar hasta la página 235, donde se abre un “Saludo a Rodanski”.
Pero atención: ¡el saludo a Rodanski es verdaderamente magnífico! El texto que lo abre, titulado “Los pasos reencontrados de Rodanski” y firmado por Vincent Teixeira, es incluso extraordinario, uno de los mejores que se le han dedicado (y no son pocos)  a este verdadero “explorador de los abismos interiores”. No le va muy a la zaga el siguiente, “Entre intercesión y reencarnación: Vaché bajo la pluma de Rodanski”, de Thomas Guillemin, ya que aborda con inteligencia y hondura la relación entre estas dos figuras enormes. El descubrimiento que hace Rodanski de las Lettres de guerre fue tan decisivo como el de los Cantos de Maldoror; además, para él funcionó como un bloque magnético (y como “un conjunto coherente”) el librito en que iban unidas dichas cartas a los tres prólogos de André Breton. “André Breton es surrealista en mí”, escribió en una ocasión Rodanski, que además se identificó con Vaché hasta el punto de verse un poco como su reencarnación. Un tercer trabajo, por Benoît Delaune, está dedicado a La victoire à l’ombre des ailes, visto como “texto-límite” que continúa cuestionándonos.
La sección “Documents & varieté” comienza con la presentación de un relato corto de Joyce Mansour, datado en 1958 y no recogido en el volumen de su obra completa (1991). Titulado “Soledades”, logra mantenernos, por supuesto, en las alturas de Stanislas Rodanski, quien levanta en nosotros tanto fervor como Joyce Mansour.
Vienen en seguida dos ensayos sobre Benjamin Péret, de buena factura. El primero, por Leonor Lourenço de Abreu, se titula “La Melusina tropical de Benjamin Péret”, y parte de la bella prosa “Melusina” que Péret publicó en 1958, para intentar  el análisis de “las ramificaciones semánticas de la constelación mítico-poética de la mujer-serpiente en sus avatares tropicales: las divinidades de los cultos afro-brasileños por una parte, y las entidades cosmogónicas de la tradición indígena y popular por otra”. Para dicho análisis, Leonor de Abreu se apoya en los trabajos peretianos sobre el candomblé y la macumba, así como en la admirable Antología de los mitos, leyendas y cuentos populares de América, mostrando cómo se articulan en Péret “el imaginario surrealista y el fondo antropológico mágico-religioso y primitivo brasileño”.
Richard Spiteri, autor de Exégèse de “Dernier malheur dernière chance” (2008), relaciona en su artículo a Péret con el poeta Léon-Paul Fargue, de quien André Breton dijo en el Primer manifiesto que era surrealista “en la atmósfera”, y que estuvo presente con dos poemas en Littérature y con una larga prosa en Minotaure. En 1929, desde São Paulo, Benjamin Péret dice que “merece nuestro respeto” y que “es un hombre admirable y uno de los personajes más originales que yo conozco”. Por desgracia –falta este dato en el artículo de Spiteri–, durante la Ocupación, Léon-Paul Fargue colabora en la prensa  antisemita y pronazi, lo que le valió un ataque furibundo del grupo surrealista La Main à Plume (“Carta a Léon-Paul Fargue”, 1943). En este artículo, se estudian muy bien tres “isotopías” que caracterizan los escritos de Fargue y de Péret: lo maravilloso, la destrucción del mundo y la creación del universo, con vistas a “señalar la originalidad del primero y constatar la capacidad del segundo para aportar un nuevo soplo a una idea recibida y construir un universo específico sin relación evidente con sus similares”. Spiteri descubre incluso coincidencias entre Fargue y el inconformismo surrealista, y recuerda su presencia en Le miroir du merveilleux, de Mabille, donde ilustra precisamente el motivo de la destrucción del mundo.
En la sección final, dedicada a la “Reflexión crítica”, hay una fina reseña, por Marc Jimenez, de los dos gruesos libros dedicados recientemente a la materia del surrealismo y la filosofía: Les philosophies d’André Breton, de Emmanuel Rubio (2011), y Potence avec paratonnerre. Surréalisme et philosophie, de Georges Sebbag (2012). Sobre esta última obra, se señala que “parece haberse ajustado enteramente a la idea surrealista: la del collage, yuxtaposición y entrelazamientos de imágenes mediadoras y enigmáticas al modo de Giorgio De Chirico”.


La otra reseña, por Raphaël Neuville, se ocupa de los Écrits de Adrien Dax, y viene en justo momento, ya que este año se celebra el centenario de esta muy importante figura del surrealismo, sobre quien ha escrito no hace mucho Jean-Pierre Lassalle: “Adrien Dax, a quien hemos conocido de 1959 a 1979, fecha de su muerte, fue el surrealista de Tolouse, gran amigo de André Breton y Benjamin Péret. Ingeniero de Genio Rural, tenía un dominio extraordinario del dibujo, y una muy viva inteligencia. Durante su cautiverio en un stalag de Alemania, leía y releía incansablemente las Enéadas de Plotino. Su cultura era inmensa. Solo ahora se comienza a medir la importancia que ha tenido en el Surrealismo”. En efecto, aunque cuando Raphaël Neuville lo llama “hombre desconocido”, hay que señalar que no para nosotros, puesto que  precisamente es el no haber querido “llamar la atención sobre sus búsquedas pictóricas”, así como “su voluntad orgullosa de mantenerse fuera de toda red oficial en beneficio de una aventura colectiva”, lo que nos ha hecho interesarnos más por él y conocerlo lo mejor posible. Esta reseña es una estupenda introducción al librito de Adrien Dax, publicado en 2010, y pasa revista no solo a sus escritos (respuestas a encuestas, reflexiones sobre el automatismo, “billetes” para Le Libertaire), sino a sus técnicas automáticas (entre ellas la “impresión de relieve”, derivada del grattage y el frottage) o a su interés por las monedas galas o las ciencias de la forma. Tras lamentar el no disponer de un catálogo de las creaciones de Adrien Dax, Neuville concluye afirmando que “su obra guarda, hoy aún, todo su poder de evocación”. Lo que suscribimos plenamente.
La revisión del artículo sobre Adrian Dax olvidó la información de las ilustraciones; es una pena no haya olvidado también la transcripción de las primeras 234 páginas, porque si no hubiéramos tenido uno de los mejores números de Mélusine.